Los trabajos en equipo dentro del aula fomentan habilidades como la comunicación y la resolución de conflictos, pero también sirven para desarrollar conceptos teóricos
En una de las aulas de la escuela de negocios EAE, cuatro alumnos se reúnen cada semana para debatir. Los cuatro trabajan y a la vez estudian un máster de marketing online, pero desde hace tres meses dedican las tardes de los viernes a avanzar en su proyecto final, del que depende que finalmente consigan su título.
Deben diseñar la estrategia digital de una pequeña empresa que fabrica chocolate y deben hacerlo en equipo, por lo que cada pequeño paso que dan es objeto de un intenso debate: ¿creamos un ecommerce o vendemos solo en Amazon? ¿A qué le dedicamos más presupuesto? ¿Y qué ingresos vamos a conseguir? Nadie manda y todos tienen que ponerse de acuerdo en las decisiones que el equipo tome. “Lo más difícil es aprender a ceder”, admite Álvaro Insausti, uno de los miembros del grupo, tras seis meses trabajando con los mismos compañeros. “Cuando uno trabaja en equipo, llega con ideas que el resto tiene que asumir como una estrategia de equipo. Y si eso no se consigue, hay que ceder, pero no es sencillo”.
Los trabajos en grupo son una constante en todos los niveles educativos: de infantil a la universidad y de ahí a los posgrados. Pero frente a las críticas y los tópicos —son un mero corta-pega, siempre hay uno que se aprovecha y otro que carga con todo el trabajo, son injustos y perjudican a los que más hacen…—, los expertos señalan que el trabajo en equipo es una herramienta fundamental para aprender más y mejor. “La interacción es lo que más hace aprender”, asegura Javier Bahón, coach y experto en innovación educativa. “Si en algo podemos mejorar, es por contraste con otras ideas y puntos de vista”.
Trabajar en equipo sirve para desarrollar conocimientos teóricos, pero también habilidades como la comunicación y la resolución de conflictos, además de que prepara a los alumnos para la realidad de un mundo laboral en el que saber cooperar es una exigencia cada vez mayor en las empresas. “Se trabajan capacidades que, de otro modo, los alumnos no desarrollarían solo con la interacción con el profesor”, señala Elena Gaviria, profesora de Psicología Social en la UNED. “Los miembros del equipo ven perspectivas distintas del problema, aprenden a negociar y a escuchar al otro, tienen que pedir y dar ayuda a sus compañeros…”.
Pero no todo trabajo en grupo funciona como catalizador para un mayor y mejor aprendizaje. La clave, señalan los expertos, es que se genere una interdependencia entre los miembros del grupo: que todos dependan del trabajo de todos. Esta es la base sobre la que se construye el concepto del aprendizaje cooperativo, una metodología en auge que defiende los beneficios de aprender en equipo frente a los tradicionales enfoques individualistas o competitivos. “Es un sistema muy concreto de trabajo en grupo en el que los miembros dependen unos de otros. No se trata de que cada uno haga su tarea de forma independiente y luego la junten, sino de que se genere una interdependencia”, señala Elena Gaviria.
“Consiste en unir lo que cada uno sabe para que todos mejoren”, resume Javier Bahón, que además codirige en España el Centro de Aprendizaje Cooperativo, un espacio de formación para docentes asociado al Cooperative Learning Center de la Universidad de Minessota que crearon los hermanos David y Roger Johnson, considerados los padres de esta metodología. Sus investigaciones apuntan una larga lista de beneficios, tanto cognitivos —mayor capacidad de razonamiento, de retención, más motivación para aprender...—, como sociales e individuales —se reducen los prejuicios y los estereotipos, se valora la diferencia, aumenta la autoestima…—. “La interacción cara a cara en el aprendizaje en grupo exige hablar, discutir, reflexionar y argumentar lo que cada uno piensa”, explica Ángeles Bueno, profesora del curso de aprendizaje cooperativo de la Universidad Camilo José Cela, en el que forman a docentes en esta metodología. “Al compartir la información, ayudamos a organizarla mejor dentro del cerebro”.
El colegio es el campo de pruebas más extendido para el aprendizaje cooperativo. Lo habitual es alternarlo con las clases convencionales y trabajar parte de la teoría con este método. “Se suele empezar con una introducción al tema, que hace el profesor. Lo normal es que cada miembro del equipo aprenda una parte y luego se la tenga que explicar al resto de compañeros”, explica Elena Gaviria, de la UNED.
El equipo perfecto
No falla: cada vez que un profesor pide a sus alumnos que formen grupos para hacer un trabajo en equipo, el caos estalla. Da igual que sea una clase de 3º de Primaria o un aula en una escuela de negocios llena de profesionales adultos. Siempre hay amiguismos, rencillas y prejuicios que afloran a la hora de componer equipos.
Pero crear los grupos adecuados es fundamental para que el aprendizaje colaborativo funcione y dejar esa tarea en manos de los propios alumnos suele ser la peor opción posible. “No es conveniente que los grupos se creen entre amigos porque se fomenta la exclusión”, señala Elena Gaviria, profesora de Psicología Social de la UNED. “No hace falta que haya afinidad previa: la afinidad se crea al trabajar juntos”.
Los expertos recomiendan, además, que los equipos sean heterogéneos y de un máximo de tres o cuatro personas. Mezclar alumnos con diferentes niveles de rendimiento asegura que se creen lazos de ayuda e interdependencia. Y el número reducido empuja a todos los estudiantes a asumir su rol y responsabilizarse. También es aconsejable que los alumnos trabajen con los mismos grupos durante varias sesiones antes de cambiar de equipo para que sean capaces de generar vínculos de confianza con sus compañeros.
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